La esencia del Tai Chi Chuan. Tradición literaria
En palabras de quienes son referentes en la transmisión del taichí del Profesor Cheng Man Ching:
Benjamin Pang Jeng Lo: Una pregunta que suelen hacer los estudiantes es “¿Cómo saber que lo que uno hace es correcto?”. Para los estudiantes, esta cuestión es importante porque nadie quiere aprender de forma errónea. Trabajar durante muchos años de un modo incorrecto constituye una amarga experiencia. Me acuerdo de hace treinta años, cuando hice a mi difunto maestro Cheng Man-ching, la misma pregunta. El dijo: “Al practicar la forma, una vez empieces a moverte, debes seguir los Clásicos del T’ai Chi Ch’uan. Si tus movimientos siguen a los Clásicos, entonces son correctos”. Después de muchos años de práctica, verdaderamente siento que la experiencia de anteriores compañeros de práctica constituye un tesoro
.
Wolfe Lowenthal: He leído los Clásicos muchas veces y cada vez me parecen algo nuevo. Mi exploración más reciente me ha dejado la evidencia de hasta qué punto la enseñanza del profesor Cheng reside directamente en las páginas de los Clásicos de Tai Chi. Por doquier, casi todas las ideas de las que habló, practicó y enseñó se encuentran en algún lugar de los Clásicos. Para decirlo con sencillez: es muy buen material.
Nota a la edición en castellano
Los denominados Clásicos del Tai Chi Chuan constituyen la obra de consulta de referencia relativa a este arte milenario. Contienen toda la sabiduría y experiencia acumulada durante siglos por los grandes maestros de los distintos linajes del Tai Chi, desde el siglo XIII hasta nuestros días. Ellos nos han transmitido la condensada quintaesencia del arte, en palabras justas y medidas que transmiten poderosamente los principios que lo fundamentan.
Aquellos que quieran iniciarse en el Tai Chi deben recibir instrucción oral de un profesor cualificado y con experiencia. El progreso del practicante dependerá, a su vez, de la constancia y corrección de su práctica y de la profundidad y honestidad de su esfuerzo personal.
Los textos aquí presentados pueden resultar de inestimable ayuda en el proceso de asimilación y consolidación de la enseñanza recibida, al ofrecer una valiosas referencia acerca de la corrección de la práctica y de los principios que la inspiran. Por ello, ésta será siempre una obra de cabecera y de obligada consulta para cualquier estudiante serio de Tai Chi Chuan, cualquiera que sea el estilo que practique.
Este libro contiene dos breves ensayos introductorios, de Susan Foe y Benjamin Pang Jeng Lo, sobre los textos Clásicos del Tai Chi Chuan, y una relación de textos que se indican a continuación:
- Tai Chi Ch’uan Ching, de Chang San-feng.
- T’ai Chi Ch’uan Lun, de Wang Tsun-yueh.
- Elucidaciones sobre la práctica de las Trece Posturas, de Wu Yu-hsiang.
- Canción de las Trece Posturas, de autor desconocido.
- Canción del Empuje de Manos, de autor desconocido
- Secreto de los Cinco Caracteres, de LiI-yu.
- Fundamentos de la práctica de la Forma y el Empuje de Manos, de LiI-yu.
- Los Diez puntos importantes del maestro Yang, de Yang Cheng fu, comentados por Chen Wei-ming.
- Canción de la Forma y la Función, de Cheng Man-ching.
La publicación de este libro ha sido posible gracias a la inestimable ayuda de Wolfe Lowenthal y Martin Inn.
- Edición en lengua inglesa de
- Benjamin Pang Jeng Lo
- Martin Inn
- Robert Amacker
- Susan Foe
- Versión en castellano a cargo de
- Enrique Luzón
- Antonio Cobo
- Richard Stuart
Nota a la edición española de los traductores: Enrique Luzón, Antonio Cobo y Richard Stuart.
Puedes adquirir esta obra poniéndote directamente en contacto con el responsable o coordinador de alguna de las sedes de la escuela en España.
Tambien está disponible en varias cadenas de comercialización:
Por cortesía de los traductores se incluyen aquí varios extractos textos del libro y algún texto extra más.
TAI CHI CHUAN LUN. Wang Tsung-yueh
T’ai Chi
procede de
Wu Chi
y es la madre del Yin y el Yang.
En movimiento, se separan;
En la quietud, se fusionan.
No hay exceso ni deficiencia;
Consecuentemente cuando se pliega,
vuelve luego a desplegarse.
Si el oponente es duro,
y yo suave,
a esto se llama tsou (ceder).
Cuando sigo al oponente
y este queda bloqueado atrás,
a esto se llama nian (adherirse).
Si el movimiento del oponente es rápido,
rápidamente respondo;
si su movimiento es lento,
le sigo lentamente.
Aunque hay numerosos cambios,
el principio
que los impregna
es sólo
uno.
Al familiarizarse con el toque correcto,
uno gradualmente comprende el chin (fuerza interna);
comprendiendo el chin,
uno puede alcanzar la sabiduría.
No puede entenderse esto repentinamente,
sin una larga práctica.
Sin esfuerzo, el chin alcanza la coronilla.
Deja que el ch’i (aliento) se hunda en el tan-t’ien.
No te inclines en ninguna dirección;
aparece de repente,
súbitamente desaparece.
Vacía la izquierda al manifestarse una presión,
e igualmente la derecha.
Si el oponente se eleva, yo parezco más alto;
si se hunde, entonces yo parezco más bajo;
cuando avanza, la distancia parece
increíblemente larga;
si retrocede, la distancia parece
desesperadamente corta.
(Un objeto tan ligero como) una pluma
no puede asentarse, y
(un insecto tan pequeño como) una mosca
no puede posarse
en parte alguna del cuerpo.
El oponente no me conoce,
solo yo le conozco a él.
Convertirse en un luchador incomparable será la consecuencia.
Hay muchas artes de lucha.
Aunque usan una variedad de formas,
la mayoría no van más allá
del fuerte oprimiendo al débil,
el lento rindiéndose al veloz.
El fuerte derrotando al débil
y las manos lentas cediendo ante las rápidas
son el resultado
de capacidades físicas instintivas
y no de técnicas bien entrenadas.
De la frase “Una fuerza de cuatro onzas
puede desviar 1.000 libras”
aprendemos que la técnica
no se realiza con fuerza.
Si contemplamos a un anciano
derrotando a un grupo de jóvenes,
¿Puede esto deberse a su rapidez?
Permanece equilibrado como una balanza, y
gira activamente como una rueda.
Hundirse en un solo lado permite ser receptivo;
estar en doble peso lleva al estancamiento.
Aquél que ha practicado durante años
y aún no puede neutralizar,
y siempre es controlado por su oponente,
aún no ha comprendido
el defecto del doble peso.
Para evitar este defecto
uno debe conocer el yin y el yang.
El yin y el yang
se transforman y complementan mutuamente.
Entonces podrás decir
que entiendes el chin (fuerza interna).
Una vez entiendes el chin
cuanto más practicas, más habilidad adquieres.
Atesora discretamente tu conocimiento,
y examínalo atentamente en tu interior.
Gradualmente, lograrás cuanto te propongas.
El principio está en abandonar el yo
para seguir a otros.
La mayoría yerra descuidando lo cercano
en busca de lo lejano.
Está dicho: “si yerras por un milímetro,
te desviarás mil kilómetros”.
El practicante debe estudiar cuidadosamente.
Este es el Lun.
CANCIÓN DE LA FORMA Y LA FUNCIÓN. Cheng Man-ch’ing
Tai Chi Ch’uan.
Trece Posturas.
La maravilla reside en los dos ch’i, divididos en
Yin y Yang.
Transforman las miríadas y retornan a la Unidad.
Retornan a la Unidad.
Tai Chi Ch’uan.
El Liang I (Los Dos Poderes Primordiales)
y el Sze Hsiang (Las Cuatro Manifestaciones)
Son impredecibles e ilimitados.
Para cabalgar los vientos
¿Qué tal si suspendemos la coronilla?
Tengo algunas palabras que revelar
a aquellos capaces de conocer.
Si el yung ch’uan (pozo burbujeante) no tiene raíz
y la cintura no dirige
estudiar hasta dejarse la vida no servirá de nada.
Forma y función están mutuamente conectadas
y nada más.
El hao jan chih ch’i (El Gran Chi)
puede ser conducido hasta la mano.
Avanzar, retroceder,
mirar hacia la izquierda, contemplar la derecha,
y equilibrio central.
No neutralizar naturalmente neutraliza,
No ceder naturalmente cede.
(Cuando) el pié quiere avanzar,
primero desplázate hacia atrás.
El cuerpo es como una flotante nube.
En empuje de manos, las manos no son necesarias.
El cuerpo entero es una mano,
y la mano no es una mano.
Pero la mente debe permanecer
en el lugar que le corresponde.
LA SALA DE LA FELICIDAD. Cheng Man Ching
Pueda la alegría perdurable reunirse en esta sala.
No la alegría de un suntuoso banquete, que desaparece mientras aún abandonamos la mesa;
no aquella que la música proporciona, de duración limitada.
La belleza, una cara bonita, son como las flores: florecen un instante, luego mueren.
Incluso nuestra juventud se desvanece rápidamente, y desaparece.
No, la felicidad duradera no está en aquéllas, ni tampoco en las tres alegrías de Jung Kung.
Podemos también olvidarlas, porque la alegría a que me refiero está a mundos de distancia.
Es la alegría del continuo crecimiento, de ayudar a desarrollar en nosotros mismos y en otros
los talentos y habilidades con que nacimos, dones del cielo al hombre mortal.
Es la de vivificar al exhausto y rejuvenecer lo que declina, habilitándonos para disipar la enfermedad y el sufrimiento.
Que el afecto sincero y la feliz concurrencia habiten esta sala.
Corrijamos aquí nuestros pasados errores y perdamos el cuidado de nosotros mismos.
Con la constancia de los planetas en sus órbitas, ó del dragón en su sendero de nubes,
adentrémonos en los dominios de la salud para nunca abandonar sus límites.
Fortifiquémonos contra la debilidad y aprendamos a confiar en nosotros mismos,
sin un momento de vacilación.
Entonces nuestra resolución se volverá el aire mismo que respiramos, el mundo en que vivimos;
entonces seremos tan felices como un pez en aguas cristalinas.
Esta es la alegría que perdura, y que podemos llevar con nosotros hasta el fin de nuestros días.
Y decidme, si podéis, ¿qué mayor felicidad puede otorgarnos la vida?